La pereza es un monstruo alimentado por el placer. Cuando más placer siente uno, más difícil es levantarse y hacer cosas. Pero no solo la pereza bloquea la falta de actividad, sino también el propio placer.
Embota la mente y le hace experimentar felicidad a raudales, apartándola de otras tareas más intelectuales. Todos conocemos el principio del sabio triste y el ignorante feliz. Todos tenemos algo de sabio y algo de ignorante, así que en determinadas épocas de nuestra vida nos comportamos como uno o como otro.
El caso es que he observado que surge un dilema donde hay que elegir, lo cual no siempre es divertido que digamos. Si uno es feliz, deja de pensar y preocuparse por las cuestiones más profundas del alma humana. Si uno se centra demasiado en ello, es que claramente la felicidad no es una prioridad en la vida.
¿Qué hacer cuando el placer se interpone en el camino de la reflexión? No lo sé. Puede que esté tan embadurnado de endorfinas que no desee continuar pensando. He adquirido la maldición de la felicidad o bendecido con la ausencia de sabiduría.
No digo que sea malo, pero tampoco es del todo bueno. Es más bien... inquietantemente placentero.
sábado, 23 de abril de 2011
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