Vendemos ironía.

jueves, 19 de mayo de 2011

Imaginación y realidad

Todos hemos imaginado cosas. Desde situaciones altamente probables hasta cosas imposibles. La imaginación humana es una de las mejores herramientas de las que disponemos, pues nos ayudan en cosas tan cotidianas como la empatía, intentar adivinar qué piensa el otro, prever situaciones y planificar el día de mañana. Podemos imaginarnos en un futuro y actuar en consecuencia, una especie de simulador de realidades en nuestra cabeza.

La imaginación nos acompaña desde pequeños y hasta que morimos. Es tan fuerte que puede llevar a creernos lo que nosotros mismos hemos pensado, pero tampoco ha de ser tan débil como para impedirnos vernos a nosotros mismos pasadas 24 horas. Los niños tienen mucha imaginación, porque no están atados a las normas sociales y físicas que rigen el mundo de los adultos. Pondré un ejemplo simple.
Cuando era pequeño, imaginaba naves espaciales y héroes en mundos lejanos (todos ellos de LEGO, pues era mi principal juguete) y me pasaba horas de aventuras que podían durar días. Los héroes flotaban en el espacio sin mayor protección que un casco de moto, las naves viajaban años luz haciendo ruido y usando motores de combustión, los aviones flotaban porque sus alas tenían piezas que simbolizaban discos antigravedad que las sostenían (pero solo para flotar, no para avanzar, aun entonces había normas estrictas), los coches eran monoplazas sin más motor que una plancha fina sobre las que iban las ruedas, los barcos volaban impulsados por el viento pero flotaban con más antigravedad infantil.

Con esto quiero ilustrar la imaginación de un niño que no conocía la física, que no prestaba atención a leyes como el electromagnetismo y la fragilidad estructural que tendrían algunas de sus construcciones en la vida real. Carecía de información vital para crear una historia coherente, y sin embargo, esa historia era completamente lógica a mis ojos. Hoy en día recuerdo algunos de mis diseños de LEGO y me planteo su existencia en el mundo real. No, simplemente muchas de esas estructuras no aguantarían o esa tecnología inventada se usaría de un modo más eficiente y elegante.

Con esto quiero decir que conforme crecemos y adquirimos conocimientos, vamos desechando ideas que salen de la imaginación, una especie de filtro que solo permite ideas que encajen con la realidad. Ya no imagino un avión a reacción cruzando el universo, sino una gran nave surcando agujeros de gusano hacia otras estrellas, incluso plegando el universo. Los astronautas ya no llevan casco de moto, sino un traje integral. Los vehículos tienen un motor que ocupa un espacio en el vehículo y ya están lejos de ser monoplazas (bueno, esto eran dificultades técnicas ante la escasez de determinadas piezas y había que forzar un poco la imaginación).

El problema, a mi ver, surge cuando nuestro filtro de ideas es débil y nos vemos abrumados por cientos de ideas que resultarían absurdas en nuestro mundo, ya sea desde diseñar una nave espacial hasta realizar nuestro trabajo cotidiano. Entonces es cuando echamos mano de un recurso fatídico: dejar de imaginar. Tememos que todo lo que imaginemos resulte absurdo y dejamos de imaginar. Es un síntoma de que te haces mayor. Ya no juegas a imaginar aventuras. Trabajas imaginando la cara de tu jefe.

Sí, ya sé que hay que ganar dinero para poder llevarse algo a la boca y no hay demasiado tiempo libre para pensar en mundos distantes donde todo es posible, pero el ser humano no debería de estar condenado a esa clase de vida. Ya he hablado respecto a esto anteriormente, así que intentaré centrarme.

La imaginación de los adultos se cierra entorno al universo conocido, descartando todo intento de utilizar el universo inventado. La imaginación adulta está atrofiada respecto a la de un niño en cuanto a capacidad, aunque es un millón de veces más eficiente que ésta. No digo que los adultos imaginen menos o que los niños lo hagan más, solo que todo ocurre de un modo distinto.
Y ciertamente, es una lástima. Me gustaría poder volver a imaginar como un niño con la eficiencia de un adulto, poder coger lo bueno de ambos mundos, pues si un extraterrestre viniese a la Tierra y nos observase, creería que aquí existen dos especies de animales pensantes: los niños y los adultos. Pensarían que los adolescentes son híbridos con deficiencias psicológicas entre ambas especies, casi como mulos.

No es de extrañar que muchos no quieran crecer nunca. Cambiar el mundo puede estar en las manos de alguien que sufra el síndrome de Peter Pan: no querrá crecer nunca porque nunca dejará de imaginar lo suficiente, pero a la vez será un adulto con conocimientos necesarios para hacerlo de un modo eficiente, pudiendo aprovechar lo mejor de las dos etapas de la vida.

Solo digo que nunca hay que dejar de imaginar, porque si se hace, se deja de ser persona, porque la imaginación es el único elemento infinito de este universo.

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